Tanto a nivel nacional como internacional existen varios listados que enumeran las mejores ciudades con base en parámetros como calidad de vida, educación, trabajo, vivienda, satisfacción de servicios y evaluación del gobierno, mismos que ayudan a la ciudadanía e inversionistas a decidir un cambio de residencia o plan de expansión.
Sin embargo, a varios de ellos les falta un enfoque de resiliencia, concepto relacionado con la habilidad de un sistema urbano para absorber y recuperarse rápidamente ante el impacto de cualquier tensión o crisis y mantener la continuidad de sus servicios, argumenta Enrique Soto, profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de México (UNAM).
“Pareciera que el riesgo no es tan importante en la toma de decisiones para vivir o invertir en alguna ciudad. Por ejemplo, después del sismo de 2017, en el cual resultó muy afectada la Ciudad de México, el precio de la vivienda no disminuyó”, reflexiona.
En opinión del académico, esto ha mostrado que la forma en la que se ha medido la calidad de vida en las ciudades no contempla los fenómenos emergentes, mismos que cada vez serán más frecuentes.
Replantear las ciudades
El año 2020 comenzó con varios retos en torno a la resiliencia urbana: movilidad, vivienda, residencia y zonas de trabajo, seguridad y vías ágiles para traslados de salud, medio ambiente sostenible y sustentable y vinculación de las personas, flora y fauna en el ecosistema urbano y rural, por mencionar algunos.
Aunado a ello, la llegada de esta contingencia sanitaria (Covid-19) ha implicado considerar y repensar los espacios públicos y privados de una forma diferente a lo que se venía considerando, al menos en el corto o mediano plazo, asegura Fernando Hernández Avilés, presidente de la Asociación Mexicana de Resiliencia (Amerse).
La forma de vivir y conceptualizar las ciudades va a cambiar. “La proximidad física era una de las fortalezas que ofrecían las ciudades, ahora estamos en un dilema donde el distanciamiento es lo que nos va a proteger. Estamos ante un nuevo paradigma de cómo incorporar estas variables”, explica Soto, miembro del consejo de CoRe, grupo multidisciplinario de expertos con una visión sobre el futuro de la CDMX.
Desde las primeras civilizaciones esta proximidad ha servido a las comunidades para organizarse y llegar a acuerdos.
En este sentido, “tendremos que hacernos las preguntas correctas para coparticipar y ser corresponsables en la nueva realidad de una resiliencia urbana, en donde participemos los diferentes niveles de desarrollo de una ciudad y un estado (país) gobierno, organismos internacionales, empresas y sector privado, instituciones, familias y personas”, agrega Hernández Avilés.
Reorganización multisectorial
En el sector privado podrán reorganizarse los espacios, las corporaciones y la población para contar con entornos más abiertos y menor densidad de gente en un mismo lugar, invertir en soluciones que cambien el esquema actual de trabajo, las líneas de producción, las aulas y entornos comerciales, por ejemplo.
Asimismo, los gobiernos podrían retomar los aprendizajes de esta crisis para convertirlos en políticas públicas o sociales en la creación de hospitales, vías públicas y espacios abiertos.
Hernández sugiere que el replanteamiento de espacios debe permitir una convivencia inteligente, considerando la coyuntura actual. Por ejemplo, los bancos cerraron y adaptaron el espacio de convivencia y acceso.
Para Soto, “un error sería regresar a la normalidad. En medio de la pandemia hemos visto cómo muchos ecosistemas naturales se están recuperando. Tenemos que construir nuevas maneras de funcionamiento social y económico. Un gran impacto ambiental lo provoca la movilidad de personas y mercancías (causa gases de efecto invernadero)”.
Ambos expertos consideran que un enfoque de resiliencia permitirá analizar cómo se adaptan las ciudades a los cambios una vez que se levante la contingencia por Covid-19.
Georgina Baltazar
Fotografía: San Isidro en Perú. (Christian Vinces/Getty Images/iStockphoto)
Mayo 2020.
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